30. La humildad del gestor de equipos
Supongo que ninguno de los que nos dedicamos a este oficio queríamos dedicarnos a esto cuando éramos niños, suponer siempre es opinar, así que supongo también que la gran mayoría no queríamos dedicarnos a esto en nuestra edad adulta, posiblemente por desconocimiento, y me atrevería por último a suponer que alguno de los que se dedican actualmente a nuestros menesteres tampoco quieren hacerlo de una manera prolongada. Al menos en mi caso las dos primeras suposiciones se consuman, de niño quería ser futbolista y de adulto escritor, no era lo suficientemente bueno en la primera y no tuve la suficiente suerte en la segunda, así que dancé de un trabajo a otro cumpliendo con la necesidad y la obligación, y un día llegué aquí, como llegué a los demás sitios, tratando de estabilizar mi vida y mi economía, tratando de dar lo mejor de mí como en los demás sitios, ignorante del sector y esperando otras llamadas, sería deshonesto afirmar que al principio esto de coger llamadas lo consideré mi profesión, deshonesto y falso.
Me puse los cascos por primera vez y trate de ocultar el miedo con la voz grave que la naturaleza me proveyó, y con los días y los meses fui aprendiendo la profesión, respetándola e intentando mejorar mis carencias, en un par de años se me abrió una puerta y entré, aprendí y empecé a fraguar un criterio personal sobre este mundo que ya consideraba mío, dejé atrás a Descartes, a Platón y a la Escuela de Frankfurt, y mute la información que debía enseñar en un instituto para transformarla y exponerla a esa buena gente que colgaba de mí, dejé a Spinoza y me enfrasqué en Excel, Access y planes de acción, dos años después se abrió otra puerta y entré de nuevo, soy de natural curioso, aprendí más, sufrí, me cansé, fui satisfecho y mi visión del tubo y los cascos se forjó en personal, en la mía, que siempre es heredada y matizada, muchas veces aprendí por ensayo y error, otras por la sapiencia de los que me rodeaban y otras muchas del golpe mal dado y a discreción.
Después de tantos años lo que comenzó como una aventura, como un estar ahí de momento, se convirtió en parte de mi vida, de lo que soy y de lo que quiero ser. Después de tantos años algo no se me olvidó en el proceso y es ese transcurrir desde la ignorancia a mi visión horadada, he tenido siempre muy claro que soy un Teleoperador al que se le han abierto algunas puertas, un teleoperador con algo de estrella, un tipo apegado al tubo de voz, una persona a la que le gusta hablar con otras personas, un teleoperador que quiere para los demás lo mismo que para él mismo, nada más satisfactorio que un cliente contento, alguien que piensa que ayudar a una persona es lo mejor que puede ofrecernos nuestra profesión, y claro que tiene muchos sinsabores, pero las alegrías y el trabajo bien hecho hacen olvidar los malos momentos. No se me olvidó de dónde venía y a todos mis equipos de trabajo, a mis agentes y a mis coordinadores les transmití dos cosas importantes los pilares del negocio, agentes y clientes, y la segunda, y esto centrado en los gestores de equipos, el recuerdo continuo de que todos somos teleoperadores. Saber de dónde venimos nos hace más humildes, al menos en mi caso, el cargo, la jerarquía o la jefatura es algo que sólo está en la cabeza del soberbio, en una empresa todos cumplimos una función, y el liderazgo no se debe ejercer con autoritarismo sino con autoridad, la autoridad del agua que desgasta y ejemplifica, motivando y siempre caminando en pos de la excelencia, comprendiendo los pecados veniales del que toma las llamadas, con seriedad y amando la profesión que nos da de comer.
Mi visión del negocio es artesanal, parto del trabajo bien hecho para dar satisfacción del cliente, parto de mi visión de teleoperador para comprender la gestión de un equipo ingente de personas, el despacho me aleja del tubo de voz y los cascos. Creo en fidelizar más que en retener, en descender a lo que una empresa es de verdad que son las personas, el que llama y que recibe las llamadas. El gestor de equipos no debe ser vanidoso, arrogante o pretencioso, debe ser humilde, sobre todo si no proviene de la academia sino de la calle, al Teleoperador lo comprende el Teleoperador, es difícil que aquel que nunca lo ha sido lo comprenda, pero peor que la incomprensión es olvidar los orígenes, no tener los pies en el suelo y dejarse llevar por el viento es caer al suelo de cabeza.









